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UNA HISTORIA REAL DE
MEMORIAS DE UNA BRUJA III
de Ludy Mellt Sekher

I.S.B.N.  9974.633.10.9
©Ludy Mellt Sekher
©Yoea Editorial
Memorias de una Bruja 3




Capítulo 5. LA CASA ESTUDIANTIL.

“La verdadera inteligencia consiste
en el exacto conocimiento de la realidad”
Julio Pavot.

—¡No te queda nadie más! —exclamó sonriente Blanze, secándose el cuello y rostro con el pañuelo.
Una tarde sofocante de calor. No sé cuántos grados llegaron a marcarse, pero en cierto momento, mientras trabajaba, miré hacia el jardín asfixiado por el bochorno, y noté que subía desde la tierra esa irradiación que aparece en los desiertos como agua en suspensión. Nunca más vi ese efecto increíble en el jardín.
—¿Qué hora es? —miré el reloj—. ¡Dios, las ocho! ¡Qué bueno! Me voy a la piscina. ¿Venís o te vas?
—¿Puedo?... ¿tenés una malla? —preguntó entusiasmada.
—Sí, te va a quedar floja pero te sirve para darte un chapuzón. Sacala del placard, es una color turquesa.
Contentísima de terminar temprano, me fui corriendo a preparar mi zambullida.
¡Timbre otra vez! Invariable, sonaba cada vez que deseaba descansar o dedicarme a mí misma. Hubiera querido disolver ese maldito llamador. Aún hoy es igual. Deberían inventar un timbre que no chille y que al pulsarlo diga desde afuera: “¡Hola!, soy un amigo, ¿estás para mí?”. Bien, si nadie lo inventó todavía, aquí tiro la idea para algún genio.
Fui a abrir con ganas de asesinar al que llegara.
Era un tropel de muchachas liceales, con sus uniformes de estudiantes, la sonrisa a flor de piel y tan simpáticas que se fue la bronca al diablo. Pero deseaban que las atendiera a todas juntas, ya y en ese mismo día.
—¡No! ¡Es imposible que las atienda, y menos ahora que me cayeron de sorpresa! —“¡No me van a arruinar el baño!”, me dije.
—¡No seas mala! ¿No podés hacer una excepción y atendernos? —hablaban todas a la vez, con el entusiasmo inconfundible de la adolescencia. Eran siete chicas muy bonitas.
—Primero que nada, es casi de noche y por hoy ya terminé de trabajar, pero no voy a dejar de atenderlas, ¡por favor! No es maldad, esperen que traigo mi agenda y hacemos esto: ¿Qué les parece si las atiendo el próximo sábado, que no tengo consulta?
Se miraron unas a otras intercambiando opiniones, si se iban o no para afuera, si podrían llegar o no a tal o cual hora... Y después de un rato de cháchara, decidieron al unísono:
—¡Sí, sí! Venimos todas.
Quedaron anotadas en mi agenda siete damitas para el sábado siguiente.
En cuanto se marcharon, corrí a ponerme la malla para disfrutar del chapuzón. Blanze ya estaba bañándose, y había colocado al borde de la piscina una bandeja con dos copas de refresco de guinda hecho por Negrita. Mientras descansaba dentro del agua, afirmada contra el pretil y saboreando el líquido donde bailaban los cubitos de hielo, recordé el sueño de la víspera...
...Una gran hilera de copas de cristal rojo que se movían hacia mí. Los copones, de casi dos metros de altura, venían amenazadores como queriendo aplastarme, y cuando se acercaron, vi que el rojo del cristal era sangre. Lo irónico del sueño era que yo las hacía desaparecer con una manguera de hipoclorito de sodio...
—¡Llamando a tierra!... ¿Llamando a tierra? —Blanze me volvió a la realidad con una buena rociadura de agua. Le relaté el sueño.
La noche fue cayendo lánguida y perezosa sobre el jardín. La piel se nos acanaló de tanto estar en el agua. Al fin, mi buena secretaria, aunque sin ganas, se despidió. Llegó mi esposo, luego los chicos, y me dediqué a ellos.
Arribó el sábado, esplendoroso y rebosante de sol, y me vestí con mi mejor traje de paciencia y cautela para esperar a las muchachas. “Este tipo de personas son las más difíciles, a veces consultan por broma y son muy peligrosas de sugestionarse. Deberé tener mucho cuidado”, me recomendé.
Confluyeron las siete en un solo torbellino.
—Yo les di hora a cada una por separado. ¿Cómo llegaron todas juntas?
—¡Ah, no importa! Nosotras esperamos, porque después nos vamos a bailar —dijo una que parecía ser la dirigente del equipo.
—Bueno, pero pasa cada una en el orden que les di y una sola por vez, cuando la llame, y... ¡pórtense bien, no toquen nada! —ordené con aire de jefa pero sin dejar de sonreír.
Comencé a trabajar. No quise leer el Tarot porque juzgué que eran demasiado jóvenes para entrar de lleno en esto, así que sólo les hice una tirada común con la baraja española y un pantallazo con los veintidós arcanos superiores. Incluso de estos últimos tomé un mazo egipcio, del cual ellas no podían entender ninguna imagen. Algo bien sencillo, para no perturbarlas.
Virtualmente no leí nada malo que les pudiera suceder en el futuro, aunque igual me sentía intrigada, porque para mí había leído que estaban enredadas en algo extraño. Como no trabajé con el Tarot específico, no lo podía descifrar con claridad. En todas coincidió lo mismo.
Al finalizar con la última jovencita, las anteriores esperaban en el living hablando y vociferando. Se contaban lo que les había salido riendo con grandes carcajadas y me tocaban cuanto objeto había alrededor. Una se había sentado en el suelo. Me senté a charlar con ellas. Estaban fascinadas por lo “lindas” que habían salido sus futuras vidas.
En un momento determinado decidí preguntarles:
—¿En qué andan ustedes, que me salió en todas lo mismo?
—¿Porqué decís eso? —se miraron entre sí como sorprendidas en un pecado.
—Yo vi, en las cartas de todas, que están haciendo algo muy peligroso y que se atraen espíritus a la casa. ¿Qué me dicen? Vamos... ¡Canten, pajaritos, canten!
—Bueno —tomó la palabra la caudillita—, hace tiempo que practicamos el juego de la copa. Nos pasamos las horas jugando y nos hemos comunicado con varios espíritus que nos aconsejan bárbaro en los amores, los estudios, y demás cosas.
Salté del asiento y rigurosamente les exigí de pie:
—¡Dios querido! ¿No saben en qué se están metiendo? ¡Eso es peligrosísimo! ¡No lo pueden hacer más!
—Pero si es buenísimo —expresó otra, intrigada.
—En Parapsicología existe la Tabla Quija, que prácticamente es igual, y en el año 1972 la Asociación de Parapsicología prohibió terminantemente su uso.
—¡No embromes, no puede ser! —se rebeló la líder del grupo.
—Escuchen: se comprobó fehacientemente, con los equipos correspondientes, que ese “juego” atrae espíritus de muertos a la casa donde se realiza el experimento ¡y siempre, sin excepción, esos espíritus son malos! Son de obscuridad, o sea, del bajo astral que nos rodea. No son seres que hayan entrado en la luz. ¡No jueguen con eso, por Dios! ¡No saben en qué se meten!
—Pero nos ha acertado tanto... ¡qué raro! —manifestó no sé quién.
—¡Jueguen al truco si están aburridas, pero con eso NO!
Expliqué de todas las formas posibles. Me tomé el tiempo necesario para hacerles entender. Algunas decidieron no realizar más el juego, otras ya se habían mostrado reacias a practicarlo, había mucha confusión entre ellas. Hablé y hablé hasta el cansancio para tranquilizarlas. Había quedado bien claro: tirarían todo y no lo harían más.
Cuando al fin se marcharon, pensé que se habían ido convencidas y no repetirían la experiencia.
Pocos meses después, se presentó en mi consulta una señora mayor, muy elegante y fina en su lenguaje, de cutis y manos muy bien cuidadas, envuelta en hermosa capa gris que hacía juego con su cabello y ojos.
—¿En qué puedo servirla, señora?
—Tengo una preocupación terrible. Los hechos que están pasando en mi casa son pavorosos. ¡Los cuadros se caen, las puertas se abren y se cierran solas, las ollas vuelan por la cocina, camas y muebles se cambian de lugar!
—Dígame, señora, en primer lugar: ¿Quién la envió acá?
—Unas chicas que vinieron todas juntas un día y usted las atendió un sábado.
—¿Alguna de ellas es familiar suyo?
—No, viven en mi casa, que es una residencia de mi propiedad. Como quedé viuda y mi situación económica era muy precaria, decidí alquilar habitaciones para estudiantes del interior. Sólo señoritas.
—¿Ellas dejaron de jugar al “juego de la copa”?
—¿Qué es eso? ¡No sé nada! No estoy enterada de lo que estén haciendo.
Le narré lo ocurrido el día que acudieron a consultarme y lo que yo les había aconsejado. Me escuchó en silencio, abriendo desmesuradamente los ojos a través de sus anteojos grises. Era evidente que las muchachas no habían actuado como yo esperaba.
—¡Por Dios!, y siendo tan peligroso, ¿seguirán jugando? ¡No sé nada! ¡Lo harán en sus dormitorios! ¿Qué hago? —expresó desesperada y asustada.
—¡Obviamente! Busquemos el modo de solucionar el problema. Le voy a dar los nombres de las que me consultaron, los tengo anotados en mi agenda. Usted hable con sus padres y veamos cómo podemos arreglar este conflicto.
—Yo los cito para que vengan a mi casa y les hablo, pero... ¿Usted puede hacer algo, o ir a mi casa después ?
—Sí, claro que sí, después que usted hable con ellos, combinamos y voy a sacarle esos espíritus de la casa —intenté sonreír, y viendo que estaba muy nerviosa, agregué: —¡Quédese tranquila, señora, que todo se va a arreglar!
Al final de la entrevista se marchó muy decidida a resolver la situación por todos los medios posibles.
Habló con los padres y los puso al tanto de lo que hacían las chicas. Pocos días más tarde, me llamó para que concurriera al lugar. Concreté el día para dos semanas después. Tenía que prepararme (dejé de trabajar para fortalecerme) y hacer uso de mis reservas de resistencia y estoicismo.
Concurrí a investigar la famosa casa munida del equipo necesario. Era enorme, pavorosa e indescriptible la actividad de poltergeist que registraban los instrumentos de estudio parapsicológico. Realmente sorprendida, porque por un instante pensé que se romperían las máquinas, decidí, con un poco de temor, comenzar el trabajo al otro día.
El término “poltergeist” proviene del alemán y significa etimológicamente “duende travieso”. Se denomina así a una extensa gama de fenómenos de carácter parafísico y, a veces, parabiológico, que se manifiestan siempre en determinado lugar (viviendas, templos, comercios, cementerios, etc.).
Hablé por teléfono con mi amigo el sacerdote. Le pedí su valiosa colaboración para que me acompañara, porque presentía que yo sola no iba a poder hacerlo. Aunque él no era exorcista, siempre estaba dispuesto a ayudar en lo que pudiera. Y prometió auxiliarme.
Al día siguiente pasé a buscarlo por la Parroquia, y marchamos en el coche hacia la casa estudiantil. En el trayecto, mientras manejaba, le narré exactamente lo que había sucedido en ese lugar hasta el momento. El, sorprendido y escéptico, no podía creer lo que yo le contaba del caso. Además, ignoraba por completo la forma en que yo trabajaría. Solo estaba enterado del exorcismo que me tocó hacer en un pueblo de Rocha, narrado en mi primer libro de “Memorias...”.
Llegamos a Bulevar Artigas casi Garibaldi, donde estaba ubicada la residencia, a las diez de la mañana. Entonces pensé, al mirar sus manos de santo girando y girando un rosario, que ya lo habría rezado más de cuatro veces en tanto escuchaba mis palabras.
Al ingresar en la casa, se encontraban los padres de las chicas, ellas mismas, la dueña y personal de servicio. Luego de los saludos de rigor, nos dispusimos a trabajar.
Mi gran amigo el párroco se obstinaba en recorrer toda la casa con su agua bendita y sus oraciones. Yo me sentía protegida por su serenidad, su beatitud y la fuerza con que oraba. Todavía no sucedía nada extraño, pero de todos modos lo convencí de convocar a los espíritus en una sola habitación, y trabajar juntos dentro del círculo de protección que yo había preparado mientras él daba vueltas con sus plegarias en voz alta. Resultaba obvio que para él todo esto era algo nuevo. No se imaginaba ni remotamente las disposiciones ceremoniales que yo debía realizar y en efecto realicé.
Cuando entró a la sala donde yo había trazado el círculo, se quedó mudo y diría que casi asustado. Lo obligué a colocarse a mi lado dentro del círculo, espalda contra espalda. Dicho de otra manera, yo miraba hacia el norte y él hacia el sur.
—Vos decís tus oraciones que yo hago lo mío, tranquilo. No salgas del círculo —le susurré para que no nos oyeran los otros.
—Bueno —contestó obediente.
Como estaban presentes la dueña, las chicas y sus padres, yo les había especificado claramente que se mantuvieran afuera del gran salón principal donde haríamos la ceremonia, ¡y que no entraran por nada del mundo! Ellos permanecerían mirando desde el lado de afuera de una de las puertas de dos alas de cristal. La sala tendría unos ochenta metros cuadrados, donde convergían cinco puertas, varias bibliotecas atiborradas de libros, sillones coloniales, dos arañas de caireles de cristal y antiguos cuadros inestimables.
Ni bien comenzamos, la ofensiva del bajo astral fue violentísima. ¡Una verídica manifestación casi apocalíptica! Un temblor ciego parecía estremecer las paredes revestidas de mayólica hasta cierta altura, que se dispersaban hacia arriba en formas de esculturas y molduras hasta llegar a las flores y rosetones que coronaban el cielorraso. Era convertirse en protagonista y vivir en carne propia el escenario de una película de terror.
Muebles pesados se movían a nuestro derredor, y de lado a lado del salón. Enormes cuadros se descolgaban de las paredes y volaban sobre nosotros, las puertas se abrían y cerraban estrepitosamente. Abanicándose amenazadoras, se desprendían terroríficas las grandes arañas de cristales de los techos y se hacían añicos en el suelo, como si una mano gigantesca las arrancara dejando sólo los cables pelados. Los libros volaban por el aire en una danza macabra. Se escuchaban gritos y alaridos, confundidos con los de las personas que miraban el espectáculo.
Parecía que el demonio comandaba una orgía infernal de horror y destrucción. Mientras el cura y yo hacíamos nuestro trabajo, sentí el temblor de su espalda en la mía. O era la mía. No lo sé. En varios momentos comprobé que dentro del círculo “alguien” intentaba arrancarme mi espada de las manos.
¡Fue algo tan estremecedor, tan terrible, que jamás lo olvidaré! Y por más que trate de explicarlo, es imposible. Es inútil luchar con las palabras para intentar trasmitir el horror de aquellos momentos. Se trata de un caso parecido al que relato en “El Apartamento Esquina” (Segundo Libro de “Memorias...”), pero triplicado su espanto con peores variantes de circunstancias más espeluznantes.
Logramos expulsar tres espíritus regentes, que en una espantosa oscuridad habitaban la casa y comandaban a otros menores. Pero en esta oportunidad, aquello a lo que nos enfrentamos no parecían simples poltergéist sino diablos en persona, ejecutando sin piedad la locura y la violencia del mismísimo averno.
Nos llevó ocho interminables y extenuantes horas de trabajo.
El miedo, el pánico, el horror y los llantos de todos los que observaban era imponente. Tuve que tranquilizarlos varias veces. ¿Pero quién nos tranquilizaba al cura y a mí?
Fue desapareciendo cada uno de los espíritus frente a nuestros imperiosos mandatos. Mi querido amigo y yo estábamos deshechos. No podíamos sostener nuestros cuerpos. El cansancio era atroz, y yo sentía un temblor irreprimible en mis miembros.
Cerca de las siete de la tarde, todo terminó. El destrozo y desorden de la sala parecía la huella de un tornado.
A pesar del agotamiento, antes de retirarnos el sacerdote fue bendiciendo uno a uno los aposentos y las personas presentes.
Resultó titánica la batalla que tuvimos que librar para sacar esos espectros de la casa. ¡Y lo logramos! Yo, como siempre, me tragué tres aspirinas perforando mi estómago para intentar aliviar el peor dolor de cabeza que he sufrido en la vida. Podía soportarlo porque en definitiva habíamos triunfado.
Sin embargo, no era un triunfo total, porque mucho más grave fue el enorme daño psicológico que aquel juego “inocente” provocó en las muchachas.
Nosotros dos y sus padres les hablamos mucho a las chicas. Recién ahora seguras por completo, juraron no repetir nunca jamás el nefasto juego.
Una joven fue a su dormitorio, y trajo los elementos usados para jugar, incluida la copa, temblorosa, entre sus manos.
—Y... ¿qué hacemos con esto? —pregunto llorando.
—Dámelo, que lo voy a quemar enseguida —fui al fondo, la dueña me acompañó y lo quemamos de inmediato. Mientras tanto, el sacerdote seguía bendiciendo la casa con agua bendita y oraciones. Ya era de noche cuando nos retiramos.
Pero la historia no termina aquí. Es necesario que narre algo extremadamente importante.
Uno de los espíritus (Poltergeist) que las muchachas con su “juego” habían atraído hacia la casa, era el de una prostituta que en su vida pasada había vivido cerca del puerto y había sido asesinada por un hombre (lo había detallado a “través de la copa”). Pues este espíritu, había persuadido a una de las muchachas para que dejara de estudiar y ejerciera la prostitución por la Ciudad Vieja. ¡Y esta chica lo había hecho!
Otro de los espíritus había sido un alcohólico, y obligaba a otra de ellas a beber alcohol puro si no tenía whisky, caña o cerveza.
Otro, que había sido ladrón, obligaba a robar a dos de las chicas. Y muchas atrocidades más, que prefiero omitir porque serían demasiado fuertes.
Tuvimos que curar a las muchachas conjuntamente con varios psicólogos y psiquiatras. Algunas tenían obsesiones, otras alucinaciones. Depresión y neurosis. Y a las que tenían mediumnidad, costó muchísimo “despegarles” los espíritus obcecados, que estaban “enlazados” a ellas. La mediumnidad es un poder paranormal que tienen algunas personas para alcanzar un estado psicofísico (trance) especial, que se atribuye a la posesión de un espíritu. Se vincula de modo particular con las sesiones espiritistas. Muchas de estas personas desconocen que tienen la cualidad de la mediumnidad, por eso dentro de la parasicología es considerada muy peligrosa. En cambio, no así en la práctica de algunas religiones africanistas y escuelas espiritistas
De ahí que nuestro trabajo para recuperar a las muchachas fuera una tarea indescriptible y aterradora.
Gracias a Dios, ya pasó. Logramos quitar aquello de la mente de las chicas. Más tarde, llegaron las vacaciones y ellas ayudaron a iniciar el proceso del olvido.
En nuestros días, la casa sigue funcionando como Residencia estudiantil y sin ningún suceso parecido.
En cuanto a las chicas, cada una de aquellas adolescentes que había participado de los acontecimientos está felizmente casada. Todas terminaron sus estudios, y todas han procurado olvidar lo ocurrido, aunque en vano.
De cualquier modo, cada una a su manera, cuando saben que alguien se entretiene con ese “jueguito”, cuentan lo que vivieron para que nadie lo haga nunca más.
Es tan alto el grado de peligrosidad y riesgo que el aparente “juego” suele provocar, que resulta imposible explicarlo con pocas palabras.
¡NO SE DEBE HACER JAMAS! Quisiera de todo corazón que nadie jugara más con esto. Sé que hoy día muchas personas juegan con la copa, pero no me cansaré de repetir una y otra vez que no debe hacerse. ¡Se atraen los peores males para la casa!

Si se quieren a sí mismos y a los suyos, ¡no lo hagan!

Ludy Mellt Sekher
©

 

Capítulo de "MEMORIAS DE UNA BRUJA III"
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