PÁGINA PRINICIPAL DE SHYRA
Shyra Gosurreta Gravina
 

 

 

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Capítulo 3. LA LADRONA. 
Del libro MEMORIAS DE UNA BRUJA II
de Ludy Mellt Sekher©

Memorias de una Bruja 2


“Se necesita poco para hacer las cosas bien, 
pero menos aún para hacerlas mal”.
Paul Bocuse


Hacía mucho tiempo que concurría a consultarme Zulma: abogada, sedoso y suelto cabello negro, andar sensual de largas piernas, muy atractiva a pesar de sus cuarenta y cinco años. Siempre entraba sacudiendo las llaves de su Mercedes. No vi nunca su coche, pero sabía la marca por el llavero que ritualmente colocaba sobre mi escritorio. El esposo era médico y no sabía que ella frecuentaba mi casa, si se enteraba la mataba, ¡natural, yo era la bruja! Y yo la ayudaba a salir de muchos problemas. Siempre me calificaba como el Hada Madrina de su familia. 
Pero aquello no era lo que la preocupaba, ni a mí tampoco (tenía muchos casos de esposos que ignoraban las visitas de sus cónyuges, y viceversa, sin embargo siempre se las ingeniaban para venir). 
El tema que más la inquietaba era su tercer hija, chica veinteañera, que estaba en terapia psiquiátrica por cleptómana. Robaba en todas partes, en su propia casa y en la de sus amigos. Se las ingeniaba para “encontrar” billetes, y se compraba alhajas de diverso tipo, que iba guardando en una caja grande estilo cofre, pero no las usaba. Resultaba un verdadero misterio; lo hacía desde niña, y no le encontraban solución. En ese momento, la situación había empeorado, porque se adueñaba del dinero incluso frente a personas que la estuvieran mirando, en cualquier lugar donde se hallara.
Su madre estaba muy acongojada, pues ya llevaba tres años de tratamiento, y no se apreciaba mejoría. Zulma siempre me preguntaba qué podría ser aquello y yo siempre le respondía lo mismo:
—Esto no es para psiquiatra, es otra cosa; no es esa la solución, pero... ¡no sé qué es!
Un día me trajo a la muchacha para hacerle una cura. No voy a negar que me molestó un poco; la verdad, no quería que entrara a mi casa. Traté de disimular mi descontento, la atendí lo más rápido que pude, haciéndole una sola limpieza astral en el living, y le dije que el problema no era para mí. (Pensaba en mi zoológico de cristal, temía que me robara algo, y decidí sacarla de mi casa cuanto antes). ¡Qué mal que estuve! Lo confieso públicamente.
Pasó el tiempo, esta joven tenía novio, y una tarde, Zulma regresó: aparte de requerir que yo le prestara mis servicios, traía la tarjeta de casamiento, con la invitación para la ceremonia y la fiesta. Me la tiró sobre el escritorio diciendo: 
—Acá te traigo la invitación para el casamiento de mi hija. ¡Lástima que no vas a poder ir!
Yo, sorprendida y desconcertada, pensé rápidamente: “¿Qué se cree esta mujer, que no tengo ropa?”.
—¿Por qué ? —pregunté todavía sin entender. 
—Y... porque todo el mundo se va a dar cuenta de que está la bruja.
—Mirá, m´hija, metete la tarjeta donde no te da el sol; para recuerdo no la necesito.
¡Dios, cómo me dolió eso!... ¿Qué pensaba, que yo iba a llegar montada en una escoba, o con un cartel colgado que dijera: “Bruja”?... ¿No era el “hada madrina”? 
Se acabó, murió para mí, y me quedé cavilando en lo ingratas que son algunas personas. “Cuanto más conozco a la gente, más quiero a los animales”. No recuerdo quién lo dijo, pero ¡qué verdad!
Zulma no vino más. 
¡Si supiera todo el gentío que me consulta cómo me preocupo por ellos! A veces son las cuatro de la mañana y pienso y repienso cómo solucionarles los problemas, y le pido a Dios que me dé fuerzas y luz para cumplir con esta misión. 
Raramente tropecé con estas situaciones, pero esta mujer se comportó feo conmigo. No soy de piedra, ni tan fría como parezco. ¡Dejémoslo ahí!... No importaba, lo olvidé.
Nunca guardo rencor.
Y se casó la hija. Más o menos al año y medio, un miércoles en que yo no trabajaba, me llamaron por teléfono.
—¿Ludy?, habla Alicia Telechea, ¿te acordás de mí?, la hija de Zulma, ¡la chorra!
—¡Hola!, ¿cómo andás ? ¡tanto tiempo!, ¿qué es de tu vida? —saludé riendo por la forma en que hablaba de sí misma.
—Mirá, necesito verte lo más pronto posible, ¡sos la única que me va a solucionar la vida!... ¿ Sabías que tengo un bebé? 
—No, ¡te felicito, cuánto me alegro!, pero ¿en qué querés que te ayude? ¡Deberías estar muy bien con un hijo!
—Por favor, ¿me podés atender? —insistió.
—Mirá, hoy no trabajo, ¿no puede esperar para otro día, que te dé hora? —contesté por costumbre.
—¡No, por favor! Tiene que ser hoy, ¡por favor, hacé una excepción! ¿Podés?
—Bueno, vení ahora que te atiendo.
No me gustaba que me interrumpieran en los días de descanso, pero esa tarde en particular estaba sin nada que hacer, solo me había sentado en la mecedora frente a la chimenea a tejer crochet. 
Era un día cruel de invierno. Había terminado de tomar un delicioso chocolate caliente con plantillas que me alcanzó Negrita. La andaluza no era sólo la cocinera, era mi compañera querida. La familia se encontraba afuera, mi marido en el trabajo y los hijos en el colegio. Nefert dormía arrollada en mi falda. Me sentía muy descansada, y diría que de “humor especial” como para prepararme para algo importante. 
Me interesó mucho que Alicia me llamara por iniciativa propia. Además recordaba lo mal que me había conducido anteriormente con ella, y no había logrado perdonármelo a mí misma.
Muy intrigada, me preguntaba qué le ocurriría a la joven; por otro lado, también pensaba que no podría robarme nada, puesto que yo estaría con ella. 
¡Qué tontería! Hoy lo recuerdo, y me hacen gracia todas las cosas que desfilaban por mi cabeza mientras la esperaba.
A la media hora llegó Alicia. No la había observado muy bien la única vez que me había visitado acompañada por Zulma. Tenía enormes ojos negros de largas pestañas, morocha con el mismo cabello largo, sedoso y azulado que su madre. Me llamaron la atención sus manos, bellas, largas y perfectas. ¿Por qué esas manos tan hermosas robaban? Siempre me fijaba en las manos de las personas, al igual que en sus ojos; lo hacía desde niña, e incluso mucho después, estudiando Neurolinguística, esto me ayudó mucho para conocer a los demás.
Cuando Alicia se sentó en el escritorio, y yo cerré la puerta tras de mí, se tapó la cara con la mano derecha, como asustada de algo que venía desde la entrada.
—¡Por favor, sacá esos trapos de ahí! —me señaló la puerta con su mano izquierda, casi gritando.
—¿Qué? ¿Qué cosa? —miré hacia la puerta: allí, colgada de una percha, estaba mi túnica de trabajo. Ella seguía cubriéndose el rostro, no quería ver lo que se suspendía de la misma, y volvió a suplicar:
—¡Por favor! ¡No puedo ver trapos colgados! —temblaba al hablar.
—Es mi túnica, no son trapos —contesté ya levantándome, tomé la percha y la saqué para otra habitación . “¡Dios, esta mujer está rayada a cuadros! ¡En qué me metí”. Por supuesto, mi pensamiento no era nada profesional en ese momento. Pero ya estaba en el baile. “¡Ahora hay que bailar!”, me dije a mí misma, y regresé junto a ella.
—Perdoname, pero tengo un problema complicado con todo lo que sean ropas o trapos colgados, y ahora con los pañales de mi hijo me enloquezco. Justo por eso vengo a verte, voy a terminar enchalecada si sigo así, y también voy a perder a mi marido.
—Contame, ¿qué es lo que te pasa?, ¿no estás atendiéndote con un psiquiatra? Todo tiene solución. En la vida no hay imposibles, hay difíciles... solo... ¡difíciles!
—El problema que tengo desde hace años vos ya lo sabés: soy chorra, y no hay forma de curarme. Pero ahora, desde que nació mi hijo y le lavo la ropa, cuando cuelgo los pañales me enloquezco, me viene cada ataque de locura... que no te lo puedo explicar. ¡No sé qué voy a hacer!
—Veamos, primero, ¿qué te dice el psiquiatra?
—El no me entiende, porque le explico que cuando yo tenía tres años, tenía que darle la leche a mi madre, pero él me insiste en que es al revés, que era ella la que debía dármela a mí.
—Esperá... esperá un momento... ¡repetime eso!
—Que yo, a los tres años, tenía que darle la leche a mi madre, y nunca se la pude alcanzar, y ahí nos trancamos los dos, y siempre me voy enojada con el psiquiatra, porque machaca en decirme que, a mis tres años, las cosas no eran así.
—Esperá, descansá un ratito, que voy a traerte un té y vamos a charlar largamente sobre esto. 
Salí del escritorio y mientras caminaba hacia la cocina conjeturé: “Lo que le pasa a esta chiquilina es de otra vida, no hay duda”. “¿Porqué no la hipnotizás, y la curás? ¡No tenés nada que hacer, tenés toda la tarde por delante!”, me repetía una y otra vez mi mente. Esa voz martilleaba insistente en mi cabeza. Había dejado de pensar en sus robos compulsivos, solo me concentraba en lo que le hubiera podido ocurrir en una vida anterior. 
Negrita, sin hacer ninguna pregunta, me ayudó a disponer las tazas en una bandeja, a la que agregó unas galletitas horneadas por ella misma. Yo había pensado que me iba a regañar por trabajar en un día dispuesto para mi descanso. 
El caso se presentaba ante mí como un desafío, aunque por otro lado, no quería complicarme la vida; pero al terminar de preparar el té, ya me había vencido la compasión. 
Volví, acomodé la bandejita sobre el escritorio, nos servimos mientras Alicia me preguntaba por mi familia.
—Bueno, en verdad, ¿ te querés curar? 
—¡Claro, por favor, sos mi última carta! Hacé lo que quieras.
—Correcto, pero... no pienses que te voy a curar como bruja, curandera, parapsicóloga o lo que quieras llamarle: solo te voy a hipnotizar. Y vamos a hacer una regresión... si tú querés. 
—¡Sí, sí quiero, metele pa´ lante! Hacé lo que sea —afirmó. Pese a su problema, Alicia era muy alegre y divertida en su forma de expresarse. 
—Vamos a grabar todo lo que se hable aquí, y después que salgamos del asunto, lo vas a escuchar tranquilamente —propuse.
La hice instalar con plena comodidad en el sillón que incliné casi hasta acostarla. En un aparato, puse música especial con ondas alfa, para inducirla a un estado de total relajación y bajar las ondas cerebrales a un aspecto característico de conciencia, que facilita el trabajo; en otro idéntico aparato, comencé a grabar.
Lentamente empecé a contar sus años para atrás, en forma simple. Con sus ojos cerrados, Alicia estaba absolutamente distendida y feliz de sentirse así.
—...tenés cinco años ... cuatro... tres... dos... uno... estás en el vientre de tu madre... ¡dejate ir!... ¡para atrás!... ¡más atrás!... ¡más atrás!... 
La importancia de la regresión radica en que se vive, se siente, se recuerda y se piensa exactamente igual a como lo hacía la persona en la época que se revive. Este estado puede llevarse hasta sus últimas consecuencias, poniendo al sujeto en situaciones y estados intrauterinos, periuterinos y prenatales.
Transcurrieron unos diez minutos, el rostro plácido de Alicia se fue transformando en una expresión de inquietud, y su cuerpo empezó a sacudirse en el sillón.
—¿Que estás viviendo?... contame... ¡estás protegida!... ¡no tengas miedo!... ¡Todo está bien!... No te va a pasar nada...
—¡El barco!!... se mueve mucho... ¡el mar!... ¡el mar!... ¡¡nos matamos!! ¡Hija!... ¡Hija!!... ¡no llego a usted!... —gritó desesperada.
—Tranquila... estás calmada... bien serena... lo ves desde lejos...
Me especificó con lujo de detalles un barco de vela, un mar embravecido, una tormenta en pleno océano; la descripción del escenario me llevó medio cassette. Lo di vuelta para continuar grabando. 
Lo más extraordinario del hecho, fue que se mojó totalmente. Llegó un momento en que su ropa estuvo completamente empapada, chorreando hacia la alfombra. ¡Dios, creí que se me quedaba ahí! Alicia no salía de la situación y gritaba con desesperación, cambié el cassette poniéndole otro con una tormenta en el mar, para subir las ondas cerebrales. ¡Seguía mojándose! Transpiraba como si realmente estuviera en el mar. 
Por mi parte continuaba serenándola en forma constante. Me dijo que se escapaban del lugar donde vivían en Francia, con un cofre de joyas muy valiosas, para venirse a América. Ella se dirigía hacia la hija llevándole un jarro de leche, cuando:
—¡Hija!... ¡¡Hija!!... ¡El mástil!... ¡¡Morimos!! —exclamó por último, en un alarido tremendo de dolor y ahogo. 
—¡Tranquila!... ¡estás segura!... ¡estás viendo una película!
Silencio absoluto. El barco se hundió, hubo un instante de expectativa. Volví a cambiar de cassette. La regresé lentamente, explicándole que iba a olvidar todo por entero, que no sufriría más, y que cuando estuviera de vuelta aquí, iba a escuchar lo grabado, y nunca más tendría ningún problema, etc., etc., etc. 
La desperté. 
Durante una regresión, algunas veces, se provoca en el sujeto la Pantomnesia, en la cual habla incluso de vidas anteriores a la actual, de otros siglos, de otras existencias, y de otros mundos. Se obtiene así una gran cantidad de datos e informaciones fascinantes, que aún no han podido ser comprobados científicamente en este país en 1996. El fenómeno físico parapsicológico que sucedió en este caso (el hecho de mojarse totalmente como si estuviera en el mar), fue precisamente la pantomnesia.
Cuando terminamos la sesión, yo no podía más con mi cuerpo y mi mente; en verdad, aquello había sido muy difícil. Llegué a asustarme pensando que no la podría regresar. Por fin, todo había terminado. 
Alicia vio que estaba bañada por completo, y retorciéndose el vestido, habló pasándose las manos por el cuerpo: 
—¿Que pasó? ¿Por qué estoy así? ¿Me mojaste?
—Tranquila, ya vengo.
Fui a buscar una toalla y también un analgésico para mí, que sentía, como siempre, mi pobre cabeza partiéndose en dos.
Regresé con la túnica en la mano y la colgué de la puerta (observé que no le prestó atención). 
—Voy a tener que prestarte un vestido, esperá que te lo traigo —le dije viendo que no podría retirarse de mi casa en esa forma, pese a que había traído un tapado de piel.
Le entregué el vestido, fue al baño a cambiarse y volvió con su ropa interior en las manos. Me reí preguntándole si quería que también le prestara esa ropa, aunque le quedaría grande. Contestó que no era necesario. 
Serví otro té, lo tomamos mientras se secaba el cabello y se peinaba. Le expliqué que escucharíamos todo lo que había sido dicho. Oyó atenta y silenciosamente la grabación, y al finalizar me dijo: 
—¡Con razón!... cuando voy a la casa de amigos que tienen cuadros con esos barcos, se los rompo; además no puedo ver ni una película de piratas o algo parecido, porque me “vuelve el mono”, ¡pero a eso no le había dado pelota ! ¡Que increíble! Y claro, el tesoro, las joyas... ¡por eso robo y junto alhajas! ¡Es inaudito!
—Bien, a partir de ahora, ya lo sabés, así que te va a ser muy fácil curarte. Tú, en tu vida anterior fuiste la madre de la que hoy es la tuya, ¿comprendés?
—¡Mi Dios! ¡Mi madre era mi hija !
—Con la regresión, que siempre se hace con la hipnosis, no sólo se recuerdan sino que incluso se reviven todas las experiencias del pasado, y se vuelven a experimentar las emociones inherentes a las vivencias. La pasaste fiero, pero vas a ver qué bien te vas a sentir de hoy en más. 
—Claro, Ludy, por favor, no sabés como te agradezco todo esto, que me ayudaras a descubrirlo... Así que yo, en mi vida pasada, fui la madre de la que hoy, en esta vida, es mi madre —reiteró—, y yo le llevaba la leche... ¿Te das cuenta?... ¡ahí estaba todo el problema!
Ya levantándome para que se fuera y añorando mi reposo interrumpido, le comenté:
—Obviamente, con la regresión, llegamos a esa conclusión. La reencarnación es teoría de algunas religiones, pero viendo lo que ha pasado acá, no hay dudas. Ya he tenido muchos de estos casos, y yo misma, en Inglaterra, en un Laboratorio de Parapsicología, me hice una regresión, que fue filmada. Sé lo que fui en mis tres últimas vidas pasadas. Es muy interesante el tema.
Continué explicándole que en la actualidad, la regresión está siendo experimentada por insignes psiquiatras y psicólogos para retirar del paciente fobias, desconfianza, etc., que traen desde antes del nacimiento.
—¿Cuánto te debo? —me preguntó Alicia ya en el living.
—No me debés nada. Ahora te pido, por favor, que me dejes descansar. ¡Estoy molida!
—Claro, perdoname, pero tenés que cobrarme esto. Mañana te alcanzo el vestido, ¡un beso, hasta mañana ! —se marchó apresuradamente levantando el cuello de su tapado.
—Esperá Alicia, te presto un gorro —ofrecí reparando que aún tenía el cabello mojado.
—No, no es necesario, no me hace nada. ¡Gracias, gracias!
Volví a sentarme frente a la chimenea, recosté mi cabeza sobre el respaldo de la mecedora hamacándome y pensando en lo ocurrido. Una ráfaga rozó extrañamente el ventanal dibujando con las hojas del rosal una raya en el cristal. Traté de imaginarme lo que sería vivir en aquel tiempo de su vida pasada. Estar en el mar en ese tipo de embarcación en plena galerna. ¡Dios!, yo no podría soportarlo.
Al día siguiente Alicia arribó muy contenta con la madre y su bebé. Pasó a mi escritorio. Le pregunté si algo la molestaba, la puerta, las ventanas; miró alrededor y me dijo que no. Ya no la afectaban ni mi túnica, ni las cortinas, que ese día estaban colgadas, pues se habían lavado el día anterior (afortunadamente no habían estado colocadas en el ventanal cuando ella acudió, porque de lo contrario no sé que hubiera hecho yo en ese momento ) Su madre se mantenía muy callada.
Alicia ya había regalado todas las alhajas y se veía profundamente cambiada. Me pidió el cassette para que lo escuchara su familia, incluido el padre, que ignoraba mi existencia. Hasta el día de hoy se encuentra muy bien, nunca más sufrió de ningún trauma, ni volvió a robar.
Siguió visitándome, pero Zulma, su madre, no regresó nunca más. No sé cómo interpretar su actitud.
Tiempo después me enteré de que el psiquiatra estaba muy enojado por lo que yo había hecho... ¡Claro, yo era la Bruja!.. y a él le molestaba el bolsillo. Pero hoy por hoy, estoy en conocimiento de que utiliza la hipnosis en muchas de sus terapias. No sé si sigue enojado conmigo. 
Lo que no sabe es que le envío mucha gente.

¡Aleluya! ¡Por el avance de la Ciencia!

Ludy Mellt Sekher©

 

 "Memorias de una Bruja II"
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